Pararse en un lugar muy muy alto, mirar hacia abajo y tener que saltar puede ser una situación que le de miedo a cualquiera, incluso a los mejores clavadistas del mundo.
Esa sensación, además de los nervios de la competencia y de tener que hacer un salto perfecto para convencer a los jueces, hace parte de lo que vive Salomé en el deporte que ama: los clavados.
Esta práctica deportiva, que hace parte de la familia de la natación, también es conocida como “saltos ornamentales” debido a la belleza de las figuras y acrobacias que los clavadistas realizan mientras caen al agua.
El origen de este deporte se ubica en la antigua Grecia, donde se lanzaban al mar desde las costas del Peloponeso y de las islas Eólicas. Después, en el siglo XVII, los gimnastas suecos y alemanes comenzaron a practicar acrobacias saltando sobre el agua para evitar el contacto con el pavimento al caer. Esta práctica se popularizó tanto que se convirtió en un deporte independiente y en 1880 se realizaron las primeras competencias.
Actualmente en las competencias las pruebas, tanto para hombres como para mujeres, están divididas en: plataforma de 10 metros (individual), trampolín de 3 metros (individual), salto sincronizado de plataforma de 10 metros (en parejas) y salto sincronizado de trampolín de 3 metros (en parejas).
Salomé quiere ser campeona olímpica
Salomé tiene 11 años, vive en Medellín, le encanta el agua y hace parte del Club de clavados Alcatraz. Empezó en este deporte poco después de cumplir tres años y lo primero que le llamó la atención, cuando vio a su primo competir en Cali, fueron los viajes que los clavadistas hacían a otras ciudades para asistir a torneos y festivales.
Dos años después, Salomé hizo su primer viaje internacional a Monterrey (México) y aunque por momentos se ponía triste por sentirse lejos de su mamá también sabía que estaba viviendo una gran experiencia.
“Yo era la niña más pequeña que iba a ese viaje, tenía cinco años y me gané dos medallas de plata. Yo no me lo podía creer, pensé que me estaban haciendo una broma”, cuenta Salomé.
Una de las cosas que Salomé tiene que enfrentar cada vez que está al borde del trampolín es el miedo. Lo sintió a los tres años cuando realizó su primer salto y lo sigue sintiendo ahora que tiene más experiencia, más práctica y más viajes en su pasaporte. Pero siempre recuerda que cuando toma el riesgo de saltar, el miedo desaparece por completo.
“He superado el miedo intentándolo y con la ayuda de mis entrenadores y de la psicóloga”, cuenta Salomé.
Y es que el entrenamiento de los deportistas de alto rendimiento –así se les llama a quienes se preparan todos los días y participan en competencias– incluye preparación física (resistencia, fuerza, flexibilidad, etc.), preparación técnica (hacer los saltos lo más perfecto posible) y preparación psicológica (que su mente esté siempre positiva y concentrada).
¿Qué se necesita para practicar clavados?
Salomé entrena duro para seguir cosechando victorias y para que sus saltos y entradas al agua salpiquen cada vez menos. Pero también disfruta al máximo los viajes y la compañía de sus amigos y entrenadores, porque otra manera de enfrentar el miedo es recordando que, aunque parezca lo contrario, en lo más alto del trampolín nunca está sola.
Algunas palabras para hablar el lenguaje de los clavados
Si te animas a practicar este deporte o a seguir por televisión alguna competencia de clavados, estas palabras te pueden servir para que te sientas como pez en el agua:
- Carpado: cuando el clavadista dobla el cuerpo por las caderas y mantiene las piernas estiradas.
- Entrada limpia: entrada al agua sin salpicar o con el menor chapoteo posible.
- Encogido: cuando el clavadista se encoge por completo, con las piernas pegadas al cuerpo.
- Figuras: los giros y las posiciones que el deportista realiza mientras cae al agua.
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