Cuento escrito por Andrés Huertas para nuestro programa Territorio Mágico.
Año 1000, el fin del mundo
Justo el 31 de diciembre del año 999 llegó el fin del mundo, se incendió el cielo, las montañas se cayeron a los abismos, los ríos se evaporaron y las hormigas se llevaron toda la tierra al fondo de sus madrigueras.
Lo único que quedó a salvo fue una pequeña isla con un jardín de lechugas, un pequeño río de aguas cristalinas y unos cuantos árboles frutales.
Allá llegó una garza perdida que el viento lanzó al norte antes de que el cielo se incendiara. Un perezoso de largos pelos que se quedó dormido antes de que las montañas se cayeran a los abismos. Llegó a la isla montado en una cáscara de coco que usaba de almohada.
Un cangrejo se salvó porque se agarró de la aleta de un delfín antes de que se incendiara el agua, y un pequeño hipopótamo cayó en paracaídas a la isla luego de escapar del avión del zoológico. También llegó esa noche una hormiga que se había perdido.
Los cinco huérfanos se pusieron a llorar porque se habían quedado sin cielo, sin montañas, sin ríos grandes y sin la comida para hacer picnics, porque esa también se la llevaron las hormigas.
Pero a las tres de la mañana el perezoso se cansó de llorar y se quedó dormido y la garza se metió en los brazos del perezoso y se puso a roncar. El cangrejo se metió bajo las alas de la garza y empezó a soñar que ella era su mamá, y la hormiga se encaramó en el ojo del cangrejo y desde allí no pudo ver a sus amigas hormigas.
Por último, el hipopótamo tendió la carpa sobre las copas de los árboles y les hizo una casita. Y al día siguiente se despertaron descansados y felices, en su nuevo hogar.