Escrito por Andrés Huertas para nuestro programa Territorio Mágico, es uno de los cuentos muy cortos de animales y de mucha alegría contagiosa.
El gato en la luna
Un gato quería ir a la luna y como no encontraba ningún árbol lo suficientemente alto, decidió esconderse en el maletín de Neil Armstrong, el primer astronauta en llegar a la luna.
Se hizo una pequeña bola negra de pelos entre sus medias de lana, pero justo antes de que Neil Armstrong se subiera al cohete, los policías espaciales lo encontraron en su escondrijo y lo sacaron de una patada en la cola. El cohete despegó sin él y llegó a la luna y él tuvo que verlo en televisión.
Sabiendo que para llegar a la luna necesitaría una fortuna, el gato se hizo amigo de una viejecita billonaria y le alegró las últimas noches de su vida. Una mañana la viejita se tomó su taza de café y estiró la pata, dejando como único heredero a su adorado gato.
El gato se reunió con los abogados y les explicó en cortos maullidos que quería mandar a construir un cohete que lo llevara a la luna. Pero los abogados, como siempre, no entendieron nada: le pidieron mil papeles y certificados, y al final le dieron un baño de oro y un tazón de leche y lo encerraron en una gran casa de cristal.
El gato que quería ser astronauta logró escapar, después de un par de años, saltó por una ventana abierta y los abogados lo demandaron por incumplimiento de contrato.
El gato gastó sus siguientes siete vidas tratando de llegar a la luna por cañonazo, en satélite chino, colgado de una nube, haciendo meditación con un gurú de la India, en misil coreano, en cohete ruso, en un espagueti italiano, pero nunca lo logró.
Pero cuando le quedaba solo una vida y estaba viejo y cansado, llegó al borde de un río y un viejo que pasaba por allí en su canoa lo vio tan negro y triste en medio de la oscura noche que le preguntó qué le pasaba.
El gato le comentó que quería ir a la luna, pero que ya era viejo y no lo lograría. El viejo le dijo que lo llevaba, que se subiera e irían juntos y no le cobraría ni un centavo.
Y se fueron los dos navegando callados en la canoa, llegaron en medio del río, y el cielo que estaba cubierto de nubes se destapó y el gato se vio bañado por la luz de la luna, y al mirar la superficie quieta del río, vio que estaba en el centro del reflejo de la luna en el agua, en silencio.
El viejo le sonrió y el gato se echó a dormir en la canoa que se forma en la luna cuando los gatos sueñan.